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La Mocuana

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Se cuenta que una hermosa mujer que tenía un hijo y se enamoró de un joven muy rico de otro pueblo, este hombre la quería a ella pero no a su hijo y  le propuso de que lo regalara. Ella le dijo que no iba a dejar a sus hijo. Pero este hombre le dijo que  la mataria a ella y a su hijo si no se casaba con él.  Ella muy triste escapa para esconderse con su hijo en la cueva del cerro La Mocuana en La Trinidad, camino y camino dentro de la cueva hasta que se pierde  y muere con su alma  en pena; La leyenda cuenta que La Mocuana  sale todas las noches despues de las 12, vestida con un vestido de seda blanco y si algún niño esta despierto o llorando ella llega y se lo lleva pensando que es su hijo.

La gente de la Trinidad dicen que algunos la han visto por la carretera panamericana, Otros dicen que ya  han intentado introducirse a lo profundo de la cueva pero se han visto imposibilitados a seguir ante la presencia de miles de murciélagos que viven allí.
La leyenda de La Mocuana

Orlando Valenzuela-La Prensa 18-06-01

Si León tiene sus leyendas de la “Carreta Nagua”, el “Caballo de Arrechavala” y el “Padre sin Cabeza”, y Masaya sus espantos de ahuizotes, La Trinidad no se queda atrás, y es dueña de una de las más fantásticas historias de la Nicaragua colonial y de uno de los personajes mitológicos más conocidos en ese período: La Mocuana.

En el folleto “Leyendas Nicaragüenses”, Josefa María Montenegro escribe una versión de este cuento:

“Aproximadamente en el año 1530, los españoles realizaron una expedición bien armada en territorio nicaragüense, para ampliar sus dominios e incrementar sus riquezas. En esta incursión los españoles lograron reducir a los indios de Sébaco, habitantes de la Laguna de Moyúa. El jefe de la tribu india, una vez vencido, obsequió a los conquistadores bolsas elaboradas con cuero de venado, llenas de pepitas de oro.



La noticia en España de que los conquistadores habían regresado con grandes riquezas llamó la atención de un joven, quien esperaba vestir los hábitos y cuyo padre había muerto en esta incursión. Decidido, el joven se incorporó a una nueva expedición, y después de un largo y penoso recorrido llegó a suelo nicaragüense, donde fue muy bien recibido por los pobladores, creyendo que era un sacerdote.

Ya en Sébaco, el joven conoció a la hermosa hija del cacique y la enamoró con intenciones de apoderarse de las riquezas de su padre. La joven india se enamoró perdidamente del español, y en prueba de su amor le dio a conocer el lugar donde su padre guardaba sus riquezas. Hay quienes afirman que el español también llegó a enamorarse verdaderamente de la joven india.

El cacique, al conocer los amoríos entre su hija y el extranjero, se opuso a la relación, y éstos se vieron obligados a huir, pero el cacique los encontró y se enfrentó al español, logrando darle muerte. Luego encerró a su hija, a pesar de estar embarazada, en una cueva en los cerros. Pero hay versiones que aseguran que fue el español el que encerró a la india después de apoderarse de los tesoros.

Cuenta la leyenda que La Mocuana enloqueció con el tiempo en su encierro, del que logró salirse después por un túnel, pero al hacerlo tiró a su pequeño hijo en un abismo, y desde entonces aparece por los caminos invitando a los caminantes a su cueva. Dicen los que la han encontrado que no se le ve la cara, sólo su esbelta figura y su hermosa y larga cabellera negra.

En algunos lugares cuentan que cuando La Mocuana encuentra a un niño recién nacido, lo degüella y le deja un puñado de oro a los padres de la criatura. Hay otras versiones que aseguran que se lo lleva, dejando siempre las piezas de oro”. 
 

Entre los indígenas de Estelí

Primer hombre y mujer de Tisey
              —ALEJANDRO DAVILA BOLAÑOS—
  "Los ancianos indígenas campesinos de las montañas del Tisey y de Apaguají me relataron cómo habían formado al Primer hombre y a su mujer, según les contaban sus abuelos. Dijeron ellos que, hacía muchísimos  años, mucho antes que hubiera gente sobre la tierra, vivía en lo más espeso  del monte un viejito solitario que se preparaba él mismo la comida. Que un   día no teniendo nada que hacer y sintiéndose muy aburrido, tomó una masa dura de maíz que le había sobrado después de haber hecho sus  tortillas, y la reblandeció con sopa de frijoles y miel de jicote que tenía  guardada en una jícara.

              Con esta masa reblandecida y ya suave hizo dos pequeños muñecos como  del tamaño de una cuarta. Y que como se doblaban al ponerlos de pie,  dispuso reforzarlos a cada uno con palitos y ramitas, con piedritas y  conchitas finas pepenadas de la quebrada que pasaba cerca de su choza de palma. Que también les había metido dentro de las cajitas del cuerpo, una bolita de hule, dos pelotitas de algodón, lodo con chile, aguacate y   clara de huevo de jolote, un pedacito de tiesto de comal, bejuquitos, gusanitos de tierra, dos frijoles rojos que estaban tirados en el suelo,  popitas, tomates de monte, semillas de ayote, también de achiote y otras menudencias. Que como cabellos había usado pelo seco de maíz que tenía  guardado en el cuiscoma. Y que estando así, ya bien rellenados, el viejito   quiso forrarlos con unas hojas de tabaco que tenía para sus puros usando  como hilo el mismo pelo de maíz.

              Que como las hojas de tabaco estaban secas y se quebraban a cada rato  las había humedecido luego con agua medio salada. Así arreglados, dispuso cocerlos. Y que habiendo terminado por el mancuerno, al primer muñeco le había dejado una hilacha larga guindada, pues creía que iba a sobrarle hilo. Pero que al segundo muñequito lo había dejado abierto,  porque precisamente cuando zurcía el gancho de las piernas se le había  acabado el hilo. Y éste es el motivo por el cual los hombres tenían el gran  colgajo por delante y las mujeres su tamaña gran rajadura.

Leyenda rescatada de http://www.manfut.org/leyendas/mocuana.html

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