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Augusto C. Sandino,… hombre y héroe

En la segunda década del siglo XX, Nicaragua había sido intervenida militarmente por los marines del gobierno de los Estados Unidos. Ellos habían venido para intimidar y controlar a los partidos políticos locales -los cuales mantenían al país en una guerra civil por el poder- y así lograr que la silla presidencial fuese ocupada por un nicaragüense adepto y sumiso quien les continuara garantizando la voraz explotación que ese país hacía en Nicaragua. Y todo iba bien para ellos, la mayor potencia del mundo, hasta que comenzaron a enterarse por las malas de un general pequeño en estatura física pero gigante en consciencia patriótica, apoyado por un ejército de campesinos, quién no estaba dispuesto a permitir el sometimiento de su libre y soberana nación. Ese era Augusto C. Sandino, el general de hombres libres, el héroe de las Segovias.

La guerra constitucionalista
Antes de iniciar su heróica lucha, Sandino participó en la guerra civil al lado de las fuerzas del partido Liberal, que intentaban recuperar la presidencia de la república luego de ser expulsados mediante un golpe de Estado por su rival, el partido Conservador.

En enero de 1925, tras la celebración de comicios electorales, asume el poder el partido Liberal con su formula compuesta por Carlos Solórzano como presidente y Juan Bautista Sacasa como vicepresidente. Sin embargo, este resultado no fue del agrado del candidato perdedor, el general conservador Emiliano Chamorro, quien de inmediato comenzó a planificar su ascenso al poder por la vía de las armas.

Solamente un año logró durar el gobierno liberal en el poder. Tras dos intentos de golpe de Chamorro, el presidente Solórzano renunció al poder dejando vacante su puesto, que normalmente debía ser ocupado por su vicepresidente, Sacasa; sin embargo, éste había huido al extranjero, acosado por soldados conservadores. Fue así, entonces, que el congreso nicaragüense nombró a nada más y nada menos que Emiliano Chamorro como presidente provisional, quien asumió en enero de 1926.

Los liberales exiliados en México, liderados por Sacasa, comenzaron a organizarse para retornar al país y recuperar la presidencia que legalmente, según lo establecía la constitución política, debía ser entregada al vicepresidente electo. Embarcaron tropas y armamento y alcanzaron la costa del Atlántico de Nicaragua, iniciando de ese modo la guerra llamada “constitucionalista”.

El general José María Moncada era el jefe miliar de la expedición liberal. Habían desembarcado en la ciudad de Puerto Cabezas, en el caribe norte del país. A pesar de la inferioridad bélica, lograron mantener la posición y ganar otros pueblos de la región. En el pacífico, otro desembarco liberal fue destrozado por las fuerzas conservadoras. Comenzaban, también, a registrarse levantamientos liberales en otros puntos del país.

Estados Unidos, desde antes de la llegada de los liberales a Puerto Cabezas, había enviado barcos de guerra a las costas nicaragüenses, con el argumento de velar por la vida y bienes de los ciudadanos estadounidenses residentes en Nicaragua. El jefe militar norteamericano de la flota llamó a ambos bandos para tratar de remediar la situación. Los conservadores, con la intención de ganar el apoyo “gringo”, arreglaron la renuncia de Chamorro (quien por golpista no podía ser reconocido por el gobierno del norte, según tratados internacionales promovidos por ellos mismos) y nombraron como presidente a Adolfo Díaz, quien asumió el poder en noviembre de 1926 y resultó ser la marioneta perfecta para los intereses de los Estados Unidos.

Los liberales continuaron en la lucha, al mando de Moncada. Pocos días después, la llegada a Puerto Cabezas del jefe político de los liberales y reclamante de la presidencia, Juan Bautista Sacasa, llevó a la situación a un punto más tenso.

Al saber del arribo de Sacasa, Augusto C. Sandino, desde ya un líder de influencia en su círculo laboral, viaja con algunos compañeros a Puerto Cabezas para participar en la guerra constitucionalista. Allí, el general Moncada rechaza darle un puesto militar y armamentos a Sandino, quien a pesar de ello lo salvaría meses después de una derrota definitiva.

Estados Unidos ya había reconocido a Adolfo Díaz como presidente oficial de Nicaragua, sin embargo, negaba que la presencia de sus barcos fuese para participar en el conflicto nicaragüense. A pesar de ello, el 24 de diciembre de 1926, las tropas de marines desembarcan en Puerto Cabezas, base de operaciones liberales, y la declaran zona neutral, lo que implicaba desarmar o sacar a soldados liberales armados. Ese fue el primer síntoma definitivo de intervención.



Marines desembarcando en Corinto, marzo de 1927.
Dos semanas después, el 6 de enero de 1927, tropas norteamericanas entraron a Nicaragua con el argumento de resguardar su legación y la vida y bienes de sus ciudadanos residentes en el país; también pretextaban que el gobierno mexicano, al que acusaban de pro comunismo, pretendía enviar tropas a Nicaragua. Aunque se declaraban neutrales, frecuentemente participaban directa o indirectamente en favor de los conservadores, tanto así que sus aviones bombardearon la ciudad de Chinandega que había sido tomada por tropas liberales; sobre ese hecho, el gobierno de Estados Unidos aseguró al mundo que los aviadores habían actuado bajo su propia voluntad, y no por ordenes oficiales.

Dos meses y medio después, los informes de los marines norteamericanos que eran “observadores” de la guerra señalaban al mundo que las tropas constitucionalistas habían sido derrotadas en casi todos los puntos del país, y que Moncada, acorralado por los conservadores, estaba a punto de ser abatido en Chontales.

Sin embargo, poco tiempo después los cables de prensa internacionales informaron con sorpresa que un batallón liberal, liderados por un general de nombre Sandino hasta el momento desconocido, había tomado la ciudad de Jinotega y se dirigía al rescate de Moncada.

Esa fue la primera aparición del nombre de Sandino en la prensa internacional. Sin embargo, a pesar de sus victorias, la guerra constitucionalista terminaría deshonrosamente pocos días después. Moncada, jefe militar del gobierno reclamante de Sacasa, reunido en Tipitapa con los conservadores y marines, negoció la rendición del ejercito constitucionalista por la realización de elecciones súper vigiladas (por los marines) en las que él podría participar como candidato. A pesar de la evidente traición a la causa, las tropas liberales fueron desarmadas y Sacasa huyó a Costa Rica.

Aunque fue el fin de la causa liberal constitucionalista, fue también el nacimiento de la heróica lucha libertaria de Sandino, quien no entregó las armas e informó que con sus hombres se declaraba en rebeldía, mientras en Nicaragua permanecieran soldados invasores y gobernara el traidor Adolfo Díaz, a quienes combatiría.

El inicio del Sandino combatiente
Augusto C. Sandino nació el 18 de mayo de 1895 en el entonces pueblo de Niquinohomo, en el departamento de Masaya. Era hijo natural (no legítimo) de Margarita Calderón y el pequeño terrateniente Gregorio Sandino. De hecho, se supone que la “C” que en su firma precede a su apellido, y que se asume como la letra inical del nombre “César”, es en realidad la inical de su apellido materno: Calderón.

Fue criado por su madre, con quien se dedicaba a labores agrícolas. En su juventud laboró como obrero en diferentes puntos del país, y otros países centroamericanos. Luego, se trasladó a México y trabajó en las petroleras de Tampico y Cerro Azul. Es allí donde empieza a gestarse en él la idea de regresar a su amada y sometida patria, tras entrar en contacto con la convicción de los fuertes sindicatos mexicanos.

Emprendió su viaje de retorno a Nicaragua el 15 de mayo 1926, y empezó a laborar en la Mina de San Albino, al norte del país, propiedad de un estadounidense. Aquí comenzó a promover en sus compañeros de labores el ideal patriótico que habitaba su ser. Luego de estallar la guerra constitucionalista, utiliza sus ahorros (traídos de México) para comprar algunas armas en la frontera con Honduras, y huye con un grupo de compañeros tras hacer explotar la Mina de San Albino.




Augusto C. Sandino
Con todos los ánimos de lucha, Sandino se entrevista en Puerto Cabezas con Moncada, a quien pide armas, municiones e instrucciones, y le propone hacerse cargo de la región de Las Segovias (departamentos norteños del país) para cubrirle el flanco norte mientras él avanzara hacia la capital, Managua. Sin embargo, Moncada lo desprecia y no le da absolutamente nada.

Acontece entonces la ocupación de la ciudad de Puerto Cabezas por los marines norteamericanos, quienes la declaran zona neutral y confiscan las armas a los soldados liberales encontrados en el lugar. La noche de ese día fue usada por Sandino para recuperar los rifles que habían sido tirados a un río por los marines. Para tal acción fue ayudado por varias prostitutas, a quienes había convencido de la importancia patriótica de la lucha constitucionalista.

Con sus armas y sus hombres se dirige a las montañas del norte, tras ser aceptado no de buena gana por Moncada. En un pequeño pueblo tiene su primera refriega, la cual no gana por diferencia numérica. Se dirige, entonces, al poblado de San Rafael del Norte, que se convierte en su base de operaciones, y desde allí comienza a ganar batallas en las poblaciones vecinas. También allí conoce a la telegrafista Blanca Aráuz, a quien hace su novia.

Sin embargo, el ejercito constitucionalista estaba siendo derrotado en casi todos los otros puntos. Los conservadores eran ayudados directa o indirectamente por los marines estadounidenses, y ya tenían cercado al general Moncada en Chontales, a medio camino entre Puerto Cabezas y Managua. En ese momento de desesperación, Moncada, quien siempre había despreciado a Sandino, le manda un comunicado y le ordena que venga en su ayuda, o lo responsabilizaría ante una derrota constitucionalista.

Ante la apremiante situación de su causa, Sandino decide mandar un grupo de voluntarios a Moncada, y para concentrar la atención de los destacamentos enemigos en la zona norteña, ataca la ciudad de Jinotega (abril 1927), y tras una fuerte batalla la toma finalmente. Aquí se reúne con varios otros generales liberales derrotados en otros puntos del país.

Pocos días después sale con sus tropas y los otros generales a Chontales, a socorrer a su líder militar. Los soldados de Sandino iban como avanzada. Al acercarse a la zona de batalla, atacaron y destruyeron uno de los puntos fuertes del ejército conservador que anillaba a Moncada.

Las tropas conservadoras se retiraron a Managua, para protegerla del avance liberal. Moncada, tras ser liberado, inició su marcha a la capital por las vías liberadas por Sandino, y a éste le ordenó que permaneciera en el sitio para cuidar uno de sus flancos. Cumpliendo la orden, el general de Las Segovias se aprestaba para atacar la ciudad de Boaco, cuando le fue comunicado un armisticio de 48 horas debido a una reunión que tendría Moncada con el enemigo, con la mediación de los estadounidenses.

Sandino obedece las órdenes, pero luego parte a Jinotega para restablecer su tropa, pues sus hombres, sin actividad y sin nada que comer, comenzaban a regresarse desordenadamente a sus hogares en el norte.

Estando allá se entera del pacto firmado por Moncada en El Espino Negro, Tipitapa (departamento de Managua), con el cual ponía punto y final a la guerra constitucionalista y aceptaba la permanencia de los marines norteamericanos en suelo nicaragüense.

Era el mes de mayo de 1927. En ese mes celebraría su cumpleaños, se casaría con Blanca Aráuz e iniciaría su monumental y heroica lucha en contra de la intervención de marines estadounidenses en su soberana e independiente Nicaragua.

Sandino, el héroe de Las Segovias
En Jinotega, tras conocer el arreglo firmado por Moncada, el general Sandino reagrupó a sus hombres y se negó a entregar las armas. Trataron de convencerlo el mismo Moncada y los marines, pero él indicó que su causa no había finalizado con el pacto traicionero, y se acuarteló en San Rafael del Norte.

La prensa norteamericana anunciaba el fin de la guerra en Nicaragua, y que ya todos los jefes liberales se habían desarmado, excepto por uno llamado Sandino. Pronto el general de hombres libres realizó acciones para hacer ver que su posición iba en serio. Primero tomó la mina de San Albino, y luego atacó el pueblo de Ocotal.

Aunque en su primer combate autónomo fue derrotado debido a la intervención de aviones bombarderos estadounidense, Sandino comenzó a darse a conocer como una figura a tomar en cuenta. Tras el ataque, hizo conocer un manifiesto en el que justificaba su posición: que sus tropas son organizadas e idealistas y no bandas criminales, que prefieren la muerte como patriotas antes que el sometimiento y que esperan en la montaña y con fúsil en mano a los traidores e invasores.

Las autoridades nicaragüenses y estadounidenses comenzaron a señalarlo como un bandido que se dedicaba a asaltos y contrabando, lo que era repetido por la prensa internacional. Pero el 8 septiembre de 1927, Sandino entra en contacto con el poeta hondureño Froylán Turcios, director de la revista Ariel y gran admirador de su gesta, a quien designa como su representante y divulgador ante el continente.

Los marines, que menospreciaban a Sandino y su tropa, comenzaron las acciones para derrotarlo, pero pronto percibieron que la bravura de esa gente era tan grande como inaccesibles eran las montañas desde donde operaban como guerrilleros. Los continuos bombardeos afectaban sobre todo a la población civil en los poblados cercanos al cuartel de Sandino, que para entonces era ya un cerro llamado “El Chipote”.



La silueta de Sandino aún se observa en muchos sitios de Nicaragua.
La causa de Sandino comenzó a ser reconocida por la prensa internacional. Diarios de México, Colombia, Argentina y Brasil, así como de los propios Estados Unidos, publicaban con frecuencia editoriales y artículos en apoyo a los combatientes nicaragüenses. El gobierno norteamericano argumentaba que su permanencia en Nicaragua era para garantizar unas elecciones limpias y sin contratiempos.

Aunque siempre minimizada y desvirtuada por el gobierno de Washington, la acción de Sandino llegó a ser tan efectiva que empezaron a enviarse marines de refuerzo, armamentos y aviones de guerra a Nicaragua. También, comenzó a reclutarse y entrenarse a un ejército local dirigido por oficiales norteamericanos, que poco después sería conocido como la Guardia Nacional.

A finales de ese año, las batallas ya eran más frecuentes, y a pesar de la inferioridad en armamento, entrenamiento y a veces numérica, las tropas de Sandino, apoyadas por la población, demostraban ser un enemigo respetable. Las bajas de marines y soldados de la Guardia Nacional eran continuas; en las selvas montañosas y poblados rurales, las emboscadas, la dinamita y el machete hacían estragos en sus filas. Los bombarderos, por su parte, destrozaban poblaciones civiles y campamentos guerrilleros por igual.

Muchos escritores latinoamericanos, organismos y la opinión pública comenzaron a expresarse a favor de Sandino, y a declararlo héroe de la dignidad de la América Latina, ante el atropello del imperialismo norteamericano.

Cuando las autoridades militares estadounidenses preguntaron a Sandino sus condiciones para abandonar la lucha, éste señaló tres únicos puntos: uno, el retiro inmediato de las fuerzas invasoras del territorio nicaragüense; dos, la sustitución de Adolfo Díaz por un ciudadano no candidato a la presidencia; tres, que las próximas elecciones a realizarse en el país fueran vigiladas por representantes latinoamericanos y no por los marines norteamericanos.

Al ser inconcebibles tales simples puntos para el gobierno norteamericano, la lucha tuvo que proseguir. Ya Sandino había bautizado a su tropa como el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, su bandera era de franjas roja y negra y su consigna “patria y libertad”.

El año de 1928 transcurrió entre combates entre la bien equipada Guardia Nacional y los marines, en contra de las tácticas de ataque relámpago de las tropas sandinistas. A finales de ese año se llevan a cabo las elecciones vigiladas únicamente por Estados Unidos, y resulta vencedor José María Moncada, el traidor y antiguo comandante de Sandino. Sorprendentemente, Juan Bautista Sacasa, antiguo jefe de la lucha constitucionalista, acepta el cargo de embajador de Moncada en Washington. Ambos, para esa fecha, ya elogiaban la intervención y apoyo a la democracia que hacía Estados Unidos en Nicaragua

El general guerrillero decide viajar a México, en busca de apoyo para su causa y para evitar darles a los marines una excusa más para quedarse en Nicaragua. En su recorrido, aceptado por los norteamericanos y protegido por las legaciones mexicanas en Centroamérica, fue saludado por grandes manifestaciones en Honduras, Guatemala y México.

En Nicaragua, los marines permanecieron, Moncada asumió el poder y las tropas de Sandino, bajo instrucciones de él, continuaron su lucha guerrillera.

Fue infructuosa la estadía de casi un año de Sandino en México. Aparentemente, el gobierno mexicano, confabulado con el estadounidense, pretendía retenerlo el mayor tiempo posible en ese país. Sin embargo, burlando la seguridad de su custodia mexicana, logró escapar y atravesar clandestinamente las fronteras, hasta llegar hasta sus cuarteles.

La acción guerrillera continuó. A veces, por períodos medianos de tiempo, Sandino desaparecía y se especulaba que había huido, pero pronto aparecía dando golpes certeros a los cuarteles enemigos cercanos. Así transcurrió la actividad: ni los marines ni la Guardia Nacional lograban eliminar a Sandino; ni éste lograba alguna clase de apoyo internacional a su causa o el retiro de los invasores en Nicaragua.

En 1933, tras salir vencedor en las siguientes elecciones, Juan Bautista Sacasa sube a la presidencia de Nicaragua, a como debía haberlo hecho en 1925, antes de la guerra constitucionalista. Ese mismo año, el 2 de febrero, el último soldado norteamericano destacado en el país para derrotar a Sandino, salió del país sin haber logrado el objetivo.

Sin más razones para la guerra, Sacasa declara una amnistía y entrega tierras a Sandino y sus tropas en la región segoviana. Los revolucionarios y su jefe aceptan deponer las armas, y comienzan a integrarse a la vida civil como productores agropecuarios.

Sin embargo, otro funesto y ambicioso personaje de la historia nacional comenzaba a sacar sus garras. Un año antes del armisticio, en 1932, la Guardia Nacional pasaba por primera vez a ser comandada por un militar nicaragüense: Anastasio Somoza García. Éste, al año siguiente, inició una persecución evidente en contra de los antiguos soldados sandinistas, causándoles arrestos ilegales, golpizas y hasta la muerte.

Tal situación llevó a Sandino a Managua, para quejarse ante el presidente Sacasa. Fue recibido con una cena de gala, por el presidente y por el mismo Somoza. Tras arreglar un compromiso de cese de hostilidades, se marchó. En la carretera, dentro de la ciudad, su automóvil fue interceptado por soldados de la Guardia Nacional, los cuales dirigieron al héroe y sus acompañantes hasta un punto, en donde fueron acribillados a balazos.

Ese fue el fin de la gesta heroica de uno de los personajes más importantes de la historia Latinoamericana, a pesar de que la misma historia se encargó de hacer olvidar su lucha. En la misma Nicaragua, Somoza prohibió el nombre de Sandino y el reconocimiento de su hazaña hasta que fue rescatada por una nueva generación de idealistas, casi medio siglo después de su muerte.

Hoy en día, aún se desconoce el lugar donde mataron y enterraron al General de Hombres Libres, pero su aporte está de nuevo encontrando con fortaleza su lugar en las páginas de la historia. Sandino, vale destacar, nunca quiso ser presidente.


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